domingo, 9 de septiembre de 2007

Yo Samuray


Allá por los 90', mi primer trabajo fue a pedido, y tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires, para una editorial ya desaparecida y que apuntaba a determinado público, me pidieron que elaborara un trabajo que estuviera dirijido a los jóvenes que estudiaban Artes Marciales, mi imaginación comenzó a trabajar de inmediato y basándome en experiencias personales (Yo en mi juventud incurrí en estas artes) elaboré nueve de los diez cuentos que aquí se incluyen, a saber:"Yo, Bruce", "El anciano ciego", "El gimnacio", "Yo, nacido en China", "Mi único dicípulo", "La contienda", "El profesor de King Fu", "El niño Samuray", "Tras las rejas" y un décimo escrito por una escritora amiga; Ethelvina Humier, que lleva por título "El ingreso".

La tirada de este libro fue de mil ejemplares y luego de su venta no volvió a editarse por problemas legales con la editorial, de todas formas fue una experiencia increible, adjunto la tapa de el libro y uno de los cuentos. ¡Que lo disfruten!

Sergio Chez
YO, BRUCE
Yo era un admirador ferviente de Bruce Lee y no me perdía nin­guna de sus películas. Mis amigos siempre me decían "Bruce, el loco" porque lo imitaba con una gran habilidad. Cuando era niño mi mamá me vestía con un Kimono de karateca y yo imitaba a mi héroe haciendo exhibiciones que dejaban muy conforme a mi familia y muy conten­ta por tener a un niño tan hábil para el ejercicio físico. Pero eso no era todo. Fui creciendo y comprendiendo que algo faltaba en mi vida. Siempre seguí admirando a Bruce por lo que me enseñaba y por toda la acción que brindaban sus películas, pero sentía que debía ha­cer algo más. A medida que crecía mi destreza también aumentaba, aunque lamentablemente, tenía fallas técnicas. Como yo imitaba a Bruce, no me importaba alcanzar perfección, no comprendía que real­mente debía aprender. Lógicamente, era más fácil imitar que estudiar, aunque no hubiera ningún progreso.
Cierto día me encontraba con un Nunchaku (segmento de ma­dera unidos por diez eslabones de cadena) practicando muy veloz­mente en la vereda, cuando con un gesto curioso, Ernesto se acercó y me pidió que se los prestara, como dudé, él me dijo que yo no sabía manejarlo. Por supuesto me enojé y le contesté que él no sabía de artes marciales, entonces me contestó:
— ¿Yo? Es cierto, se muy poco, pero puedo ver que vos sabes mucho menos, la técnica se estudia, aunque se tengan aptitudes.
— ¿Ah, sí?, ¡Mira vos! —Le contesté— éso es nuevo para mí ¿Así que para manejar un arma tengo que ir 10 años a un gimnasio y tragar­me un montón de cosas que no sé para que sirven?
—No te enojes, pero si querés ver que tengo razón te reto a un duelo, vos podes pelear con tu nunchaku y yo con una escoba. Allí vere­mos que sucede.
—Está bien —contesté muy seguro de mi triunfo— el sábado a la tar­de nos encontraremos en la plaza.
—Bueno, hasta el sábado
Reconozco que me porté como un nene tonto que no sabe lo que hace, pero yo estaba seguro de mi habilidad y me tenía fe, pero comencé a preocuparme seriamente de la técnica. De todas formas pelearía y sabía que ganaría.
Practiqué muchísimo, hasta contra un muñeco de trapo que mi papá había hecho. Era la silueta de un hombre grande como él y gor­do, relleno con arena y trapos. Allí también practiqué patadas, golpes de puño y formas que salían en la revista de Bruce. Estaba muy ner­vioso, pero no asustado. En el barrio nadie quería pelear conmigo, los chicos trataban de no reñir cuando algo andaba mal, sus padres se preguntaban por que yo les impedía ganar, pero nunca les hice abso­lutamente nada, ellos se asustaban ante mi habilidad, tenía fama de invencible.
Llegó el día en que debíamos pelear, Ernesto y yo. El, era un muchacho que casi nunca jugaba con nosotros, estaba generalmente solo, apartado y siempre pensaba cosas extrañas sobre la vida. En su exterior era un chico común, pero se lo notaba distinto a los demás. Cuando llegó a la plaza se lo veía tranquilo, yo pensaba que la escoba era un arma secreta, una espada oculta, o algo parecido, pues no po­día ser que quisiera competir con una escoba al nunchaku. Debería estar muy seguro de sí mismo o directamente saber artes marciales.
Yo, por supuesto, creía saber mucho, conocía que los combates deben durar 3 minutos y que el que cae 3 veces pierde ante los ojos de los demás, pensar que esto me ocurriera a mí me aterraba. Aunque no lo necesitaba, me quitarían el respeto que me tenían ahora. De mi parte había divulgado muy poco lo del combate para no tener proble­mas. El sabía muy bien que yo no le temía y por eso apuró los trá­mites, pero yo pensé que él quería que yo viera sus ganas de vencer­me.
Nos colocamos en posición y él dijo:
—Trata, en lo posible, de mantener una guardia fija y de allí en más ataca y retrocede con tus pies, dejando tu cuerpo flexible al arma —
Yo me enfurecí ante estas palabras, porque me pareció que me tra­taba como a un novato y contesté:
—Y vos agarra bien esa escoba y no dejes ninguna hoja en el suelo, así después de juntarlas, las quemamos.
El sonrió con el chiste y cuando lo pensé yo también lo hice. Sonó la señal, que resonó en mis oídos y me crispó los nervios, porque de pronto me di cuenta que no sabía que hacer. Atacar no valía la pena y defenderme esperando ver que hacía él, no me convenía, así que después de un instante de duda, decidí atacar.
Dando media vuelta coloqué el nunchaku debajo de mi axila y le tiré el palazo, él lo atajó y de refilón me dio un escobazo en la ca­beza. Todos los chicos rieron por la acción. Furioso di media vuelta y le tiré una patada en el estómago que lo hizo caer al piso, retrocedí dos pasos dando lugar a que se levante.
Mi traje brillaba con el sol, me sentía héroe, no me di cuenta cuando me "barrió", literalmente y caí al suelo con el trasero de lleno, pensé que me moriría de dolor, pero la ira invadió mi mente y con el grito mortal de Bruce Lee me levanté de un salto y me lancé sobre mi adversario. Pateé la escoba y se la saqué con un golpe de revés y con un golpe de puño la alejé medio metro. Azotando el nunchaku, lo golpeé en el hombro, hacién­dole perder la fuerza del brazo derecho, entonces cayó, pero se levantó inme­diatamente mostrando una gran fuerza de voluntad. Yo me creía ven­cedor y me dejé estar, fue allí donde él, con un giro de pierna, me azotó la cara y con una "Brinco de mono" tomó la escoba y comen­zó a avanzar de una manera avasalladora. Por más que quise defender­me no pude, fue horrible, cada movimiento mío, era un golpe que él me acertaba, justo y preciso. No tardó en quitarme toda la fuerza del cuerpo dejándome totalmente indefenso y sin control sobre sí mismo.
Caí de cuclillas al suelo arenoso y agaché la cabeza. Recuerdo que luego lo miré y le pregunté en voz baja: — ¿Cómo pudiste vencerme?
—Como lo hubiera hecho Bruce Lee- Me contestó.
— ¡No comprendo! —exclamé— él no pelearía con alguien que no sa­be.
— ¡Ahhh!, perfecto ... Ayer te ofendiste porque dije que no sabías y ahora vos me decís que no sabes ¿En que quedamos?
—Creo que cometí un error. ¿Vos practicas artes marciales? ¿Ver­dad?
—Sí igual que vos, lo que sucede es que yo tengo la técnica y vos te­nès la idea de los movimientos —me explicó— imagínate, vos con téc­nica, ¿no te parece buena idea comenzar por el principio y hacer las artes marciales como corresponde?
—Es cierto, tenés razón, por más que yo tenga todos los conocimien­tos, si no soy guiado por alguien que sepa no puedo tener la seguri­dad de saber, ni estar preparado para vencer ¿no es así?
—Correcto, estás empezando a tener técnica. Te invito al gimnasio al que yo voy y allí practicaremos lo que yo aprendo desde hace cinco años.
-¡¿Cinco años?! Bueno, está bien, enséñame las reglas para ser un joven como "Bruce El Loco".
"Nunca especules con lo que no sabes, pués siempre hay personas que saben lo que tu ignoras"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola poeta ha sido un placer poder leerte.

Abdel.